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NOSOTROS LOS PROFES O ENTRE ELLOS TE VEAS

Una escritora argentina, Cecilia Absatz, menciona que el primer libro que se escribe suele ser una historia que uno tiene atravesada en la garganta.

El libro que hoy presentamos confirma esa aseveración.

Nosotros los profes de Heriberto Huerta Luna es uno de esos libros que se vienen incubando desde lejos, quizá desde que, allá en la sierra nayarita, en 1963, iniciara su práctica docente como maestro de primaria. Me imagino que al través de los años, en las aulas de primaria, de secundaria, luego como funcionario de la Secretaría de Educación y Cultura… Lenta, pero segura fue madurando esta agradable obra que hoy nos comparte un profesor que ha dedicado más de 40 años a la “noble tarea de enseñar”, como nos dice el autor.

Una obra así elaborada salta todas las barreras y se hace significativa no sólo para quienes compartimos esta tarea, sino para cualquier lector.

Es pues, una obra que se trae no sólo atravesada en la garganta, sino en el corazón.

Es un gran privilegio presentar un libro tan emotivo. Los textos de una gran sencillez recuperan el viejo y nunca pasado de moda, recurso de la narración oral. El narrador, que es siempre la misma voz del profesor, cuenta como si fuera un amigo al que se tiene enfrente.

El libro rebasa con mucho las intenciones de su autor: “dar testimonio de tantas situaciones curiosas y ocurrencias de los profes”. Nos lleva de la mano para que conozcamos a los distintos tipos de profes, ¿Cuál de esos somos, con cuál nos reconocemos?…

Aparece el profe que se mantiene muy informado, el que mete la pata en el baile, el descuidado, del ziper- ya saben-, el novato, el que se puso abusado para cambiar una cobija, por un cambio de escuela, los carrilleros nunca faltan, tampoco el simpático, el que da gracias a la vida después del temblor del 85, el chambista, el glotón, el profe asistente a una conferencia que acaba con una expresión abruta del ponente. Circulan por estas páginas salpicadas de humor, muchos de los tipos de profesores.
También están presentes, las madres de familia, los intendentes y las secretarias y por supuesto no faltan los alumnos para completar el cuadro.

El profesor Heriberto descubrió una forma literaria muy adecuada para contar lo que se propone. Primero enmarca la situación, lo que nos permite conocer algún aspecto de la vida magisterial. Después presenta a su personaje, un profesor, alguno de ellos aunque sus nombres fueron cambiados, son reales, narra la anécdota y remata generalmente con un breve diálogo, chispeante.

La vida cotidiana en las escuelas es un gran motivo para escribir. Es magnífico que los profesores escriban, por lo menos un artículo acerca de su experiencia en las aulas porque nuestro trabajo debe ser revalorado primero por nosotros mismo y por la sociedad. Esa memoria seguro que engrandecería a esta profesión.

Por esa circunstancia es más valioso el testimonio escrito del autor de este libro: por que al contarnos los avatares de distintos profesores recupera con maestría valiosos testimonios de vida. Sin decirlo abiertamente, el autor nos conmina a continuar esta noble tarea de la enseñanza, poniéndonos muy bien la camiseta.

Una obra de recomendable lectura para todos los compañeros trabajadores de la educación.

Felicito ampliamente al profesor Heriberto Huerta por entregar al magisterio sonorense, y al acervo literario en general, una obra tan rica en todos sus aspectos.

Esteban Domínguez




(A continuación presentamos un cuento tomado de Nosotros los profes)
CAMBIO DE ESCUELA
Cuando Elpidio terminó la normal en El Quin­to, Sonora, lo mandaron, como a todos los que sa­líamos en ese entonces de las normales rurales, a la sierra, el primer año de trabajo, o en su defecto, a los lugares más apartados de la civilización , que para el caso daba lo mismo. Eran comunidades pequeñas, con pocos alumnos pero un sólo maes­tro para atender a varios grados. Eso sí, el profe tenía presencia y respeto entre los pobladores.
A Elpidio lo nombraron maestro para un lugar perteneciente al municipio de Yécora, en los límites con el Estado de Chihuahua, sierra alta, de mucho frío en gran parte del año. Era un páramo al que se llegaba solamente a caballo, sitio ganadero, con espesos bosques de pino y verdes praderas, donde podías ver a los bovinos, pastando tranquilamente como en un calendario o en una película de "cow­boys", de las primeras que se hicieron en technico­lar del cine gringo de los cincuentas.
La escuelita rural estaba tan alejada de la ca­pital que, el inspector, iba a visitarla, como dicen en mi pueblo, "a cada venida del señor obispo", muy de vez en cuando, si no era para recoger la estadística de principio de ciclo, a lo mejor ya no iba en todo el año. Claro que había, en la formación del maestro de entonces, un alto espíritu de servicio y una gran responsabilidad para con su trabajo, que dicho sea de paso, ya no se da muy como quiera en estos tiempos, y las escuelitas mo­vían a la comunidad.
Era el mes de marzo, el clima todavía regis­traba bajas temperaturas, el inspector llegó al filo del mediodía, a caballo. Venía cargado de papeles, entre avisos, folletos, formas estadísticas y hasta un ejemplar de Selecciones del Reader's Digest del mes pasado. Se trabajaba en horario discontinuo. Así que después de comer, regresó, junto con Elpi­dio a visitar a los muchachos y darse cuenta de su aprovechamiento escolar. En el curso de la tarde, el profe buscó la oportunidad para solicitarle cam­bio de escuela, a lo que el inspector contestó que de momento no se podía, que tenía que esperar al siguiente ciclo.
Como las distancias entre un lugar y otro eran grandes, al inspector no le quedó de otra más que pasar ahí la noche, por lo que se dispusieron a descansar en la casa del maestro, ubicada dentro del terreno del humilde plantel. Afuera, el frío arre­ciaba a medida que avanzaba la noche. Después de platicar de cosas triviales, el "inspe", se acu­rrucó todo lo que pudo tratando de cubrirse hasta las orejas, con el cobertor de viaje, en un afán de aguantar las inclemencias del tiempo; sin embar­go, viendo que era en vano todo esfuerzo y luego de dar incontables volteretas en el improvisado ca­mastro, sin tener el resultado deseado, interrum­pió el sueño de Elpidio, quien ya se encontraba en tranquila posición fetal siseando suavemente, de arriba abajo, de abajo arriba, diciéndole de mane­ra un tanto desesperada:
- ¿No tienes otra cobija por ahí, que me prestes?
A lo que nuestro amigo contestó como entre sueños, pero aprovechando la recta:
- Si no hay cambio, no.
El inspector de manera rápida y, sin pensarlo mucho respondió:
- ¡Está bueno! Ve el lunes por tu orden de cambio.

Huerta Luna, Heriberto. Nosotros los Profes. Editorial Garabatos, Hillo, Son. 2007

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